En torno a la presencia de Ñeyivi Meeni en la MNT


Creo firmemente que el teatro se explica por sí mismo, que es un discurso completo y que lo que se dice en el escenario debe ser contundente. Creo también en el debate de las ideas, sobre todo de las ideas que ponen en la conversación la urgencia de los problemas que más dañan a la sociedad. Creo en el poder del arte que, por la vía emocional conmueve y que por la vía racional genera la reflexión, no es otra cosa que el re flexus de la vida. Creo en el derecho que todos y todas tenemos de opinar y sobre todo de levantar la voz cuando consideramos que algo nos agrede o agrede a alguien más.

No creo en los debates en las redes sociales sino en los encuentros genuinos, frente a frente. Asumo mi responsabilidad como creador teatral, como escritor, como docente y como hombre que comparte la vida con mujeres.

Confío en que la obra de teatro que hacemos, en tanto que no es un acto de adocrinamiento o de evangeliación, genera un efecto de repulsión en el espectador que no busca fortalecer el empoderamiento de los hombres, mucho menos los victimiza. Ñeyivi Meeni no es la obra del comprador-violador, la protagonista es Rosa, junto con ella, las mujeres que siguen siendo vulnerables y han vivido en un sistema que no les da opciones para salir. Rosa es quien vive la transformación pero las circunstancias, aquello que llamamos el sistema, no le permiten realizar dicho cambio, por eso la entierran, para “reestablecer el orden”. Obvio que no estoy de acuerdo en eso, pero eso es lo que pasa y la repulsión que provoca la obra busca hacer un cambio en la sociedad.

Ñeyivi Meeni, niña tierna mía, se gestó en un diplomado de dramaturgia que organizamos en Crisol hace 15 años, para celebrar los 10 años del grupo, fue un experiencia académica que estuvo acompañada por Luis Mario Moncada, David Olguín, Elena Guiochins, Ximena Escalante, Jaime Chabaud y Luis de Tavira. La obra fue una de las primeras que se concluyeron en dicho diplomado. Francisco Reyes, el autor, iniciaba su labor como dramaturgo y la obra le valió un lugar en las obras finalistas del Premio Nacional de Dramaturgia Joven Gerardo Mancebo del Castillo. Pasaron 15 años para poder estrenar esta obra. Ahora que Crisol cumple 25 años de trabajo ininterrumpido, hemos logrado llevarla a escena.

En estos 15 años, desde que se escribió Ñeyivi Meeni hasta su realización, ha pasado mucho: el texto, además de participar como finalista en el premio de dramaturgia joven, fue publicado en Tramoya de la Universidad Veracruzana y en la Colección Parajes de la Secretaria de Cultura de Oaxaca; Crisol, por otro lado, generó la dramaturgia colectiva y la puesta en escena de 15/09, obra que trata sobre la equidad de género, como parte de un proyecto con el Instituto de la Mujer Oaxaqueña que llegó a tener 240 representaciones. Así mismo, en colaboración con organizaciones no gubernamentales y fondos de USAID, realizamos un par de radionovelas, desde su dramaturgia hasta su realización radiofónica y su publicación editorial, una con el tema de trata de personas y otra con el de la violencia contra las mujeres. Es decir el tema de la violencia, y en especial el de la violencia de género, lo hemos estudiado, lo hemos debatido y lo hemos trabajado a través de la literatura y el teatro, con instituciones gubernamentales y organizaciones civiles.

Decidimos montar Ñeyivi Meeni porque nos lo debíamos, porque queríamos llevar el tema a escena, porque no podemos permanecer al margen del incremento de la violencia, porque nuestra trinchera es el teatro y porque creemos en su poder. Puedo equivocarme, pero no veo ningún indicio en la obra que envíe algún mensaje de donde se pueda intuir que el esposo/dueño/violador de Rosa y María sea un héroe o que nos invite a compadecerlo o a empatizar con él. Desde su estreno, en enero de este año, hemos invitado a activistas y funcionarios dedicados al tema de género, justamente para que nos dieran su opinión sobre el tratamiento del tema y en ninguno de los casos nos comentaron que la obra es misógina o que promueve la sacralización del feminicidio.

No estamos proponiendo alguna alternativa de solución al problema de la violencia de género porque no es un asunto sencillo, porque no es un asunto que tenga una solución única ni simple. Ponemos en evidencia un problema con distintas dimensiones, las sistémicas, las culturales, las sociales y las personales, como capas superpuestas para que los espectadores, si es que salen asqueados de la función, vayan haciendo cambios en su proceder cotidiano. Lo que pasa comúnmente con el público es que cierra los ojos o voltea la mirada cuando hay escenas donde se vulnera a las protagonistas de la obra, personajes de la ficción.

No busco un final abierto, lo que me interesa es cerrar ese final: a Rosa la asesinan y la entierran, para restablecer el orden; eso es lo que quiero decir y eso es lo que comunico, lo que no significa que esté de acuerdo con eso. Al contrario lo pongo en esos términos porque lo que quiero es que los espectadores, como entidades sociales, se hagan responsables de los problemas que enterramos a diario, de los casos de desaparición, maltrato y feminicido que enterramos a diario. La crítica es a la sociedad, a la que cierra los ojos o voltea la mirada cuando ve que se agrede a alguien vulnerable, es una crítica al hecho de enterrar nuestras atrocidades con la idea de que con eso se resuelve el problema…, obviamente no es así, si alguien sale indignado o indignada, después de ver la obra, es porque tampoco está de acuerdo con eso, porque no quiere enterrar los problemas que nos tienen en la barbarie.

Mi intención no es hacer una apología de la violencia contra las mujeres ni mucho menos del feminicidio. Por supuesto que sé lo que provoca esta puesta. No he visto a ninguna persona que después de verla tenga la intención de violentar a una mujer o salgan adoctrinados pensando que las mujeres son victimas porque se lo merecen. El problema es el sistema y todos somos parte de él, así que lo que sugiero es que asumamos nuestra responsabilidad, que nos demos cuenta de que no debemos seguir cerrando los ojos o voltear la mirada, tampoco creo que sea suficiente levantar la voz, sino que hay que accionar y cambiar poco a poco, desde lo personal, lo social, lo cultural y así hasta lo sistémico.

Pedro Lemus
Director del Grupo de Teatro Crisol

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